viernes, 19 de junio de 2009

Un nido en mi terraza

Era primavera, las flores de los romeros azuleaban el campo y las margaritas apuntaban como pequeños botones, el despertar entre aromas y sonidos de la mañana era reconfortante. Se respiraba paz.
Aquella mañana salí a la terraza para disfrutar de ese desperezarse lento del día con un aromático café pero un repiqueteo insistente llamó mi atención, miré alrededor, no vi nada que pudiera provocarlo.
Se repitió el sonido y... descubrí allá en lo alto un pajarillo que picoteaba con afán la rejilla del respiradero de la casa situada en el vértice de la techumbre, siguió insistiendo durante varios días y desapareció, le era imposible entrar, se había rendido.
Un día descubrí musgo en el suelo, debajo del respiradero de un antiguo calentador que asomaba a la terraza, otro día fue en la cocina donde lo encontré, debajo del calentador que no usábamos y observé que cada mañana había unas briznas a ambos lados.
Misterio descubierto, una pareja de herrerillos pululaba por allí, supuse que la hembra era la que hacía el nido a toda prisa.
Esta vecindad me gustó, entraban y salían sin preocuparse de los movimientos de sus vecinos humanos. Cuando llegaban emitían su característico "piichi, piichi" posados en lo alto de la puerta y al poco entraban.
Al cabo de un tiempo la pareja salía y entraba frecuentemente con algo en el pico, pasaban y en el nido se oía un gorjeo, un pequeño alboroto, supe que el nido estaba ocupado, las crías habían nacido.
Cada mañana esperaba con impaciencia los sonidos procedentes del nido, contemplé durante días el ir y venir de la pareja alimentando la prole, era fascinante el tesón y el esfuerzo que derrochaban, sin descanso, vuelo va, vuelo viene, sólo la noche los detenía.
Habituada al piar cada vez más fuerte de mis vecinos alados un día descubrí con cierto sobresalto que sólo había silencio, pensé que podía haberles ocurrido algo con la ola de calor, quizá algún depredador..., inmediatamente recordé que el día anterior percibí una intensidad diferente en los sonidos , se asemejaban más a los de sus progenitores .
Fui a la terraza , esperé durante largo tiempo que se acercase la pareja a alimentarlos, vana espera, había llegado el gran día, la mayoría de edad para los nuevos conquistadores del aire, al fin habían volado, habían conquistado la libertad.
Se apoderó de mí el desconcierto, fue como si unos amigos se hubieran marchado para siempre sin despedirse aunque me alegró que fuesen a conquistar las alturas, a estrenar esas nuevas alas desplegadas en vuelo libre
Mientras tomo el café día tras día sigo contemplando la entrada del nido abandonado esperando no sé qué y secretamente guardo la esperanza de que la próxima primavera vuelva a estar ocupado.