jueves, 23 de abril de 2009

La Biblioteca de la Cortina Roja

En este día siempre surge el recuerdo de los primeros libros a los que tuve acceso en casa de mis padres.
Había una biblioteca en "el salón grande" en la que había libros serios, de adultos. Era de mi abuelo a la que mi padre había ido añadiendo títulos. Estaba protegida por una cortina roja que se descorría para coger los libros y se volvía a correr a continuación. Nunca supe si era para preservarlos del polvo o de nuestra curiosidad infantil.
Cada día durante la comida mi padre nos introducía en la conversación una palabra que no estaba en el vocabulario habitual, cuando preguntábamos qué significaba nos hacía un gesto con la cabeza indicando el lugar y decía: lo consultáis en el diccionario.
Éste era muy grueso y pesado con letra pequeña, forrado de tela color ocre, las letras de la pasta grabadas en dorado y estaba en la biblioteca de la cortina roja. Teníamos que ponerlo sobre la mesa y bien de pie o en una silla alta lo abríamos para poder manejarlo.
El diccionario me entusiasmaba porque podía acceder a la biblioteca del "salón grande" y porque en el diccionario había una enorme cantidad de palabras nuevas que repetía, primero como juego y más tarde las incorporaba al vocabulario ordinario.
Cogía el diccionario y en voz alta iba pronunciando las palabras despacio deleitándome con el efecto sonoro que producían una tras otra, luego miraba su significado y me asombraba como con una palabra podías decir tantas cosas diferentes.
Así que además de los cuentos, libros de fábulas, de poesía y manuscritos de mi propia biblioteca de infancia el primer libro "serio" al que tuve acceso fue el" Diccionario de la Real Academia", el de mi abuelo, que en edades muy tempranas mis hermanos y yo manejábamos con soltura.
Y esta soltura me llevó a explorar otros libros del "salón grande" que a hurtadillas en la noche cogía para leerlos en la cama y devolvía en cuanto me levantaba para que no se notase. Con el tiempo mis padres me contaron que veían ese ir y venir con una sonrisa satisfecha por el interés que mostraba y el afán de ocultarlo.
La Biblioteca de la Cortina Roja ,hoy dispersa en casa de mis hermanos y en la mía propia, está junto a otros muchos libros que a lo largo de los años hemos ido añadiendo a esa inicial heredada de mi padre y de mi abuelo.
Mis hijos a su vez recibieron parte de la biblioteca de abuelo, bisabuelo, padres y han hecho su propia biblioteca dispersa en tres países pero, sobre todo, como familia, hemos aprendido a valorar la libertad de aprender, la libertad a través de los libros.

martes, 14 de abril de 2009

LA LIBERTAD DEL LIBRO

Existen muchas clases de placer pero las personas amantes de la lectura sienten un placer especial cuando se encuentran en una librería, en una biblioteca.
Poder abarcar con la mirada los colores, la disposición y el orden de los libros allí contenidos, el aroma especial de esos lugares y no digamos la alegría íntima que se siente al conseguir "ese" libro .
Durante días prepara el momento de ir a buscarlo, hay un estado de ánimo especial el día convenido, como si fuese el día de recibir un premio, va al encuentro de un amigo que l@ acompañará siempre.
El placer de buscar un libro despierta todos los sentidos.
Llegamos al lugar deseado, quizá tenemos un título en mente o quizás vamos a buscar uno a la aventura para llevarlo a casa y, tras leerlo, colocarlo amorosamente junto a otros y acudir a él en otro momento o bien devolverlo a la biblioteca y volver a casa con un tema nuevo.
Los ojos se posan pausadamente en títulos y autores, las manos cogen con delicadeza un libro tras otro, hojean, leen algunas líneas; se percibe con los dedos la textura del papel, también el olor de cada libro, aroma a papel y tinta recién impresa en libros nuevos , aroma a papel guardado, a libro con historia, en los libros viejos.
La materia dúctil de la que están hechos se dobla y se abre presionada por nuestras manos, por fin el corazón salta de alegría al encontrar el libro deseado.
Se acaricia, se miran los capítulos, la dedicatoria del autor, las referencias que otros autores hacen del libro y tras pasar varias veces las manos por la portada como si se quisiera comprobar la realidad y solidez del mismo pasamos a poseerlo.
Llegamos a casa con ganas de sumergirnos en este mundo nuevo que llevamos en la mano. Buscamos un lugar cómodo y apartado de ruidos e interrupciones, lo abrimos y... ya no existe nada alrededor, estamos viajando en el libro; los ojos recorren con avidez o lentitud, según el momento, las páginas y en los márgenes quedan anotados pensamientos, sentimientos, aclaraciones, citas……en fin aquello que sugiera la lectura que se puede interrumpir y retomarla donde la dejamos señalada con un papel o una esquina doblada.
El libro nos lleva a otros mundos, a otras dimensiones sin salir de una habitación.
Cuantas personas presumen de haber recorrido el mundo y sin embargo nunca salieron del salón de su casa y cuantas sin salir de una habitación han recorrido el mundo acompañadas por esos amigos silenciosos y locuaces a la vez.
El libro nos da libertad para soñar e interpretar la realidad.
Las noches son mejores tras leer un rato antes de dormir y si ataca el insomnio se combate con ese libro de cabecera al que nos agarramos para que nos lleve al sueño lentamente a través de líneas y páginas, a través de otro mundo que recorremos también en la noche al abrigo de realidades diarias más crudas.
El libro queda personalizado, con un lugar en la casa, prestado a amigos o familiares y finalmente heredado por los descendientes que hallarán en él la impronta del ser querido, quizás lleguen a conocerlo un poco mejor a través de sus libros y anotaciones.
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